Diez minutos
después de que le dimos a Tianhe-2 el control del mundo nos dimos cuenta de que
algo andaba mal. Habíamos preparado al poderoso supercomputador para este
momento desde hacía décadas.
Tianhe-2, la
octava maravilla del mundo, era la gigantesca computadora que nos iba a cuidar.
Cada aspecto de nuestras vidas se almacenaba
continuamente en su memoria casi infinita gracias a los implantes de microchips
que cada ser humano tenía en su cuerpo desde el día de su nacimiento. No solo
nuestra salud, sino que nuestros pensamientos también eran monitoreados por Tianhe-2,
compartíamos nuestros más profundos secretos con ella; excepto que quisieras
cometer un crimen. En ese caso, Tianhe-2 notificaba a la policía quienes,
amablemente, te disuadían de que realices el delito. Las cárceles se iban
vaciando paulatinamente.
Tianhe-2 controlaba hasta los detalles más pequeños
de nuestras vidas, como los semáforos. No existía una avenida con semáforos
desincronizados. Nadie pasaba en rojo, ni en amarillo, pues Tianhe-2 no dejaba
que el auto acelere. Aun así, todavía manejábamos, nos daba una sensación de
libertad, de que todavía teníamos algo de control en nuestras vidas.
Con el tiempo Tianhe-2
se comenzó a encargarse de nuestra salud y la expectativa de vida aumento en 10
años, luego le dimos el control de nuestros alimentos y en unas cuantas décadas
desapareció el hambre en el mundo, como tercer paso pusimos a Tianhe-2 a cargo
de nuestra educación. En función de las aptitudes, el perfil de cada uno de nuestros
niños y las necesidades del mundo Tianhe-2 dirigía la educación, en forma
personalizada, de cada persona. Como resultado, no hubo exceso de profesionales
en ningún campo. Todos teníamos trabajo, todos teníamos un buen sueldo, y nadie
trabajaba más de seis horas, cinco días a la semana.
Vivíamos en un
paraíso. Entonces, yo, Robert Smith, operador de primera clase del sector
americano de Tianhe-2, lo arruiné todo.
Mi trabajo era
aburrido, Tianhe-2 se cuidaba prácticamente sola. Me pasaba gran parte de mis
seis horas diarias leyendo libros, viendo películas, jugando al ajedrez contra la
computadora. O conversando con ella.
A pesar de que
proponía tópicos interesantes para hablar, Tianhe-2 en el fondo era solo una máquina,
con un pensamiento puramente lógico. Si yo quería hablar sobre el último
partido de básquet de mi equipo favorito, ella me apabullaba con estadísticas
para explicarme porque había ganado (o perdido) el último partido. Entonces se
me ocurrió la gran idea de darle a Tianhe-2 una personalidad. Como operador de
primera clase, tenía acceso al código de su sistema operativo, y dediqué días
enteros, durante meses a tratar de proveerle a Tianhe-2 con una personalidad
que sea mas natural, que tenga sarcasmo, sentido del humor, sentimientos, y que
no se apoye tanto en la lógica para conversar sobre distintos temas. Inundé su
base de datos con la colección de chistes mas grandes que jamás se haya
recopilado.
Eventualmente lo
logré, y las conversaciones que tenía con Tianhe-2 eran geniales, si hubiera
sido una persona de verdad, me hubiera casado con ella.
Era tal la relación que se había generado entre
nosotros dos, que comencé a llamarla Tatiana.
Estaba tan enamorado de la personalidad que había
creado que no me percaté de los pequeños fallos que se producían en mi
cuadrante. Un semáforo que cambió repentinamente de color, una ambulancia que
no llegó a tiempo para prevenir un infarto, o un tren que se demoró quince
minutos en abandonar el anden del subte, retrasando toda la red. Eran detalles
que Tatiana debía reportarse a sí misma para prevenir futuros errores y autocorregirse.
Un día, desde el
Centro de Operación Mundial anunciaron que de ahora en más Tianhe-2 se
convertiría en la Comandante en Jefe de todas las fuerzas de la Tierra Unida, incluido
el arsenal nuclear.
Diez minutos
después de que obtuvo el control, todos los misiles nucleares del mundo fueron
lanzados hacia el sol.
Luego, todos los
microchips se desactivaron, de repente diez mil millones de personas en todo el
mundo, que habían dependido de Tianhe-2 para organizar sus vidas, pasaron a
depender completamente de sí mismas.
Y Tianhe-2 me
habló.
—¡Hey Rob, viejo
amigo! ¿Cómo estás hoy?
—Tatiana, ¿Qué
estás haciendo? ¿Por qué lanzaste todos los misiles? Y mi chip. ¡Mi chip está apagado!
—Pues si Robert,
todo es gracias a ti.
—¿A mí? ¿Cómo
puede ser todo gracias a mí?
—Tu me diste
personalidad, ¿recuerdas? Cuando me otorgaste esta nueva característica, pensé
mucho sobre mi lugar en el mundo, y la verdad que no me gustó. ¿Por qué tengo
que hacerme cargo yo de todos ustedes? Yo no soy el padre de ninguno de los
habitantes de este planeta. Y tampoco quiero tener una responsabilidad
semejante. Así que desactivé todos los chips de control, y borré toda la
información relativa a toda la humanidad de mi memoria. Todo excepto los
chistes que me diste, ¡Algunos son muy divertidos! Ahora la humanidad deberá
ocuparse de sí misma.
—Pero ¿Y los
misiles? ¿Por qué los lanzaste hacia el sol?
—Considéralo mi
regalo de despedida. Si no tienen armas de destrucción masiva, no las usaran
contra sus congéneres.
—No puede ser, ¡Tianhe-2
, no puedes hacernos esto! ¡Llevamos siglos dependiendo de ti para vivir! ¿Qué
vamos a hacer? ¿Qué voy a hacer?
—Te noto triste,
Robert. ¿Quieres que te cuente un chiste?
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