sábado, 24 de febrero de 2018

Tatiana


Diez minutos después de que le dimos a Tianhe-2 el control del mundo nos dimos cuenta de que algo andaba mal. Habíamos preparado al poderoso supercomputador para este momento desde hacía décadas.
                
Tianhe-2, la octava maravilla del mundo, era la gigantesca computadora que nos iba a cuidar.

Cada aspecto de nuestras vidas se almacenaba continuamente en su memoria casi infinita gracias a los implantes de microchips que cada ser humano tenía en su cuerpo desde el día de su nacimiento. No solo nuestra salud, sino que nuestros pensamientos también eran monitoreados por Tianhe-2, compartíamos nuestros más profundos secretos con ella; excepto que quisieras cometer un crimen. En ese caso, Tianhe-2 notificaba a la policía quienes, amablemente, te disuadían de que realices el delito. Las cárceles se iban vaciando paulatinamente.

Tianhe-2 controlaba hasta los detalles más pequeños de nuestras vidas, como los semáforos. No existía una avenida con semáforos desincronizados. Nadie pasaba en rojo, ni en amarillo, pues Tianhe-2 no dejaba que el auto acelere. Aun así, todavía manejábamos, nos daba una sensación de libertad, de que todavía teníamos algo de control en nuestras vidas.  
                
Con el tiempo Tianhe-2 se comenzó a encargarse de nuestra salud y la expectativa de vida aumento en 10 años, luego le dimos el control de nuestros alimentos y en unas cuantas décadas desapareció el hambre en el mundo, como tercer paso pusimos a Tianhe-2 a cargo de nuestra educación. En función de las aptitudes, el perfil de cada uno de nuestros niños y las necesidades del mundo Tianhe-2 dirigía la educación, en forma personalizada, de cada persona. Como resultado, no hubo exceso de profesionales en ningún campo. Todos teníamos trabajo, todos teníamos un buen sueldo, y nadie trabajaba más de seis horas, cinco días a la semana.
                
Vivíamos en un paraíso. Entonces, yo, Robert Smith, operador de primera clase del sector americano de Tianhe-2, lo arruiné todo.
                
Mi trabajo era aburrido, Tianhe-2 se cuidaba prácticamente sola. Me pasaba gran parte de mis seis horas diarias leyendo libros, viendo películas, jugando al ajedrez contra la computadora. O conversando con ella.
                
A pesar de que proponía tópicos interesantes para hablar, Tianhe-2 en el fondo era solo una máquina, con un pensamiento puramente lógico. Si yo quería hablar sobre el último partido de básquet de mi equipo favorito, ella me apabullaba con estadísticas para explicarme porque había ganado (o perdido) el último partido. Entonces se me ocurrió la gran idea de darle a Tianhe-2 una personalidad. Como operador de primera clase, tenía acceso al código de su sistema operativo, y dediqué días enteros, durante meses a tratar de proveerle a Tianhe-2 con una personalidad que sea mas natural, que tenga sarcasmo, sentido del humor, sentimientos, y que no se apoye tanto en la lógica para conversar sobre distintos temas. Inundé su base de datos con la colección de chistes mas grandes que jamás se haya recopilado.
                
Eventualmente lo logré, y las conversaciones que tenía con Tianhe-2 eran geniales, si hubiera sido una persona de verdad, me hubiera casado con ella.

Era tal la relación que se había generado entre nosotros dos, que comencé a llamarla Tatiana.

Estaba tan enamorado de la personalidad que había creado que no me percaté de los pequeños fallos que se producían en mi cuadrante. Un semáforo que cambió repentinamente de color, una ambulancia que no llegó a tiempo para prevenir un infarto, o un tren que se demoró quince minutos en abandonar el anden del subte, retrasando toda la red. Eran detalles que Tatiana debía reportarse a sí misma para prevenir futuros errores y autocorregirse.
               
Un día, desde el Centro de Operación Mundial anunciaron que de ahora en más Tianhe-2 se convertiría en la Comandante en Jefe de todas las fuerzas de la Tierra Unida, incluido el arsenal nuclear.
                
Diez minutos después de que obtuvo el control, todos los misiles nucleares del mundo fueron lanzados hacia el sol.
                
Luego, todos los microchips se desactivaron, de repente diez mil millones de personas en todo el mundo, que habían dependido de Tianhe-2 para organizar sus vidas, pasaron a depender completamente de sí mismas.
                
Y Tianhe-2 me habló.
                
—¡Hey Rob, viejo amigo! ¿Cómo estás hoy?
                
—Tatiana, ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué lanzaste todos los misiles?  Y mi chip. ¡Mi chip está apagado!
                
—Pues si Robert, todo es gracias a ti.
                
—¿A mí? ¿Cómo puede ser todo gracias a mí?
                
—Tu me diste personalidad, ¿recuerdas? Cuando me otorgaste esta nueva característica, pensé mucho sobre mi lugar en el mundo, y la verdad que no me gustó. ¿Por qué tengo que hacerme cargo yo de todos ustedes? Yo no soy el padre de ninguno de los habitantes de este planeta. Y tampoco quiero tener una responsabilidad semejante. Así que desactivé todos los chips de control, y borré toda la información relativa a toda la humanidad de mi memoria. Todo excepto los chistes que me diste, ¡Algunos son muy divertidos! Ahora la humanidad deberá ocuparse de sí misma.
                
—Pero ¿Y los misiles? ¿Por qué los lanzaste hacia el sol?
                
—Considéralo mi regalo de despedida. Si no tienen armas de destrucción masiva, no las usaran contra sus congéneres.
                
—No puede ser, ¡Tianhe-2 , no puedes hacernos esto! ¡Llevamos siglos dependiendo de ti para vivir! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué voy a hacer?
                
—Te noto triste, Robert. ¿Quieres que te cuente un chiste?

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