El niño se había escapado. No importa, ya
habría otros. Si tan solo no hubiera gritado, si tan solo nadie hubiera venido
en su ayuda. El hombre que lo rescató, el padre aparentemente, no lo vio, no
sintió su presencia. No tuvo miedo de penetrar en la oscuridad. El Maestro no
va a estar feliz por esto, tantos años de preparación, de planificación y de
sueños, se verán retrasados por este pequeño, pero a la vez importante fracaso.
Ojos Rojos pensaba todo esto y mucho más
mientras viajaba por el tiempo y el tiempo, sabía que volver a los pies del
Maestro con esta noticia no sería beneficioso para sí mismo, tenía que buscar
la forma de compensarlo y ofrecerle algo que minimice el castigo, porque lo iba
a castigar, de eso no había dudas. Solo le quedaba buscar la forma de que dicho
castigo no sea tan grave.
Detuvo su viaje y paró en un tiempo
indeterminado, en un lugar árido sin muestras de progreso de ningún tipo. Era
de día, por lo que se ocultó entre las rocas, esperando que anocheciera. No tenía
problemas en ocultarse en cualquier lado, debajo de rocas, entre las plantas, o
dentro de ellas, como había hecho con los ligustros cuando intentó atrapar al
niño. Era una de las ventajas de ser un ser sin cuerpo ni forma.
Cuando por fin oscureció salió de su escondite,
el cielo estaba despejado y la luna brillaba por su ausencia. Tanto mejor, la
oscuridad era su aliada.
Comenzó a flotar sin rumbo fijo, esperando
encontrar algo con lo que complacer al maestro.
Luego de varias horas, cuando ya se disponía a
continuar su viaje y probar mejor suerte en otro tiempo y otro espacio, lo vio.
Un hombre. Durmiendo.
La fogata a su lado, ya emitía los últimos
latidos de su corta y brillosa vida. Al lado del hombre, un caballo, y al lado
de éste se encontraba la montura. Contuvo sus ansias y examinó el escenario que
se presentaba ante él.
El hombre era ya un hombre mayor, un anciano,
no era lo ideal, lo ideal eran los niños, cuyas inocentes almas era lo que más
deseaba el Maestro, pero a Ojos Rojos se le acababa el tiempo y necesitaba
hacer algo. Sin dudarlo se lanzó al ataque.
Flotando en medio de la oscuridad, sin producir
sonido alguno, fue directamente al hombre y lo penetró.
Inmediatamente una miríada de pensamientos
invadió la mente de Ojos Rojos, penas, alegrías, decepciones, éxitos y fracasos
de la vida del hombre se acumularon en la infinita mente de Ojos Rojos. Cuando
se disponía a tomar el alma del hombre, entre el mar de recuerdos apareció un
pueblo, sin nombre, pequeño y olvidado en el medio de donde sea que se
encontraba ahora.
Se le ocurrió una idea. ¡Una idea genial!
Tomo el control del cuerpo del hombre, y se
levantó.
Las brusquedades de movimientos despertaron al
caballo, quien, al verlo, haciendo gala de los instintos que solo los animales
poseen, relinchó y huyó despavorido.
El hombre sonrío, sus ojos rojos brillaban en
la oscuridad, y comenzó su travesía hacia el pueblo.
Dentro del hombre, Ojos Rojos también sonreía.