sábado, 24 de febrero de 2018

Aduana

Jerry estaba nervioso. Muy nervioso. Había sido un largo viaje desde Dorado, la capital de Mercurio, hasta Marte.

El duro régimen marciano tenía sus oficinas de Aduanas e Inmigración en Nuova Olimpo, la primera y más importante de sus ciudades, y desde allí uno podía viajar a otras urbes o inclusive, si uno tenía los permisos necesarios, hacia las colonias mineras de Fobos y Deimos. Jerry debía tomar un vuelo adicional, luego de los trámites migratorios, hacia New Beijing, al otro lado del planeta.

Para la mayoría de la gente esto solo hubiera sido un viaje largo y aburrido, pero no para Jerry.  Él tenía una carga que llevar y entregar. Una carga ilegal.

Dos semanas atrás, Jerry se atrasó con el pago de su deuda de juego, muy abultada por cierto, con la persona equivocada. Con el atraso vinieron los intereses y muy pronto se encontró con un compromiso asumido imposible de saldar. Su acreedor le ofreció una salida: Llevar quinientos miligramos de ME-3, la nueva y poderosa droga, hacia New Beijing. Estos 500ml eran suficientes para generar cerca de trescientos cincuenta mil dosis, las cuales serían vendidas entre la abundante comunidad minera de marciana.

Al llegar al espaciopuerto de Nuova Olimpo, Jerry se colocó en la fila correspondiente a los turistas. Había cuatro personas delante de él.

La zona de inmigración se encontraba fuertemente vigilada, una soldado marciana, vestida completamente de negro, con cara de pocos amigos, visaba los pasaportes de los turistas que intentaban ingresar al planeta.

Jerry iba vestido con unos vaqueros gastados y zapatillas haciendo juego y una remera con la leyenda de “Aquí hay un mercuriano caliente”. Era delgado, pelirrojo y con una barba mal cuidada y curiosamente negra, que resaltaba entre la palidez de su piel y el rojo de su pelo.

—¡Siguiente! — se escuchó decir a la soldado, y ahora solo había tres personas antes que él.

Jerry pasó la mano por su estómago.

Para poder llevar la droga lo sometieron a una micro cirugía y pegaron nanotubos con los 500ml dentro de las paredes de su intestino grueso. A consecuencia de ello, durante todo el viaje estuvo tomando líquidos suplementados con vitaminas y algunas dosis de metres (la versión comercial ya reducida de ME-3) que tenía para consumo personal. No se animaba a comer nada sólido por miedo a que alguno de los tubos reviente, semejante cantidad de droga lo mataría al instante.

—¡Siguiente!

Jerry comenzó a transpirar, el tiempo pasaba lentamente. Fijó su vista en el piso y pudo observar como algunas gotas de su sudor formaban pequeños cráteres en el suelo, blanco y liso.

—¡Siguiente!

Le habían dicho que los nanotubos serían indetectables por las cabinas de inspección corporal. Jerry esperaba que así sea, de lo contrario le esperaban muchos años de trabajos forzados en los polos marcianos.

—¡Siguiente!

Su turno. Jerry levantó la cabeza y pudo ver de cerca a la soldado, era la mujer más grande de que había visto en su vida, robusta, con una espalda el doble de ancha que la de él. Lo con las manos en jarra, apoyando una en su cintura y otra en el arma que llevaba en el cinturón.

—¡Siguiente! — repitió —No tenemos todo el día.

Jerry avanzó con temor.

La soldado lo observó de arriba abajo, estudiándolo.

—¿Razón del viaje? — Preguntó

—Placer— Dijo Jerry, secamente, tal como le habían explicado, mientras entregaba el pasaporte biométrico. “Habla lo menos posible, Jerry”. “Se directo, Jerry”. Le repitieron esas frases hasta el cansancio.

—¿Destino?

—New Beijing

La soldado levantó los ojos.

—New Beijing es un pueblo minero, la única diversión que va a encontrar allí es sexo barato de dudosa higiene.

Se produjo un momento de silencio, que a Jerry se le hizo eterno. Se mantuvo inmóvil, mirándola fijamente. Sabía que si desviaba la mirada o parpadeaba iba a ser descubierto.

—Pase a la cabina de inspección— Dijo la soldado, señalando un enorme bloque tecnológico a su derecha.

Jerry entró con temor. La soldado tapó la entrada con una tela metálica corrediza. Jerry quedó en dentro de una penumbra tenebrosa, lo comenzó a invadir una sesión de claustrofobia y deseó tener a mano una dosis de metre para calmarse. De repente, la cabina se iluminó con un tono azulado, las luces parecían venir de ninguna parte y de todas partes al mismo tiempo, se encendían y se apagaban, se encendían y se apagaban. Jerry a duras penas podía mantenerse dentro de los límites de la cordura. Los nervios y la falta de droga lo estaban volviendo loco. Una especie de ronroneo acompañaba rítmicamente la intermitencia de las luces, lo que lo ponía aún más nervioso. Jerry odiaba a los gatos.

La sesión se hacía interminable. De repente las luces quedaron encendidas, apuntando a su estómago.

—¡Teniente!, ¿¡Puede venir por favor, señor!?— Dijo la soldado.

Luego comenzaron a hablar en voz tan baja que Jerry no podía oírlos.

La espera se hacía interminable.

Finalmente, las luces se apagaron y la cortina se abrió.

Frente a Jerry se encontraba la soldado.

—Bienvenido a Marte, disfrute su estadía— le dijo secamente, luego giró sobre sus talones y gritó: —¡Siguiente!

Jerry, aliviado comenzó a caminar hacia la salida.

De repente una mano lo tomo con fuerza por el hombro y Jerry giro sorprendido. Frente a él estaba la soldado.

—Se le olvidó esto— Dijo, y le entregó el pasaporte biométrico.

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